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“Los sueños del Padre”: Viaje fotográfico hacia el interior de una pérdida


Cristias Rosas emprende un viaje por el mundo -Japón, Argentina, Uruguay y Perú son sus paraderos- pero también hacia el interior de sus propios sentimientos de pérdida y desgarro. Esto se traduce en “Los sueños del Padre”, muestra fotográfica inspirada en la muerte, en los alejamientos forzados, y en esa búsqueda perenne de aferrarnos a lo que ya se ha ido.

¿Cómo llegó a ti el nombre de la serie fotográfica?

Decidí titular la serie “Los Sueños del Padre” antes de haber hecho una sola imagen. El título demarcaría el punto de partida. Cortázar tiene un cuento espectacular, que se llama “La noche boca arriba”, sobre un sujeto que sufre un accidente, entra en coma y empieza a alternar su realidad despierto por sueños cada cual más surreales.

Algo parecido le sucedió a un amigo cercano, un intelectual formidable además y yo me preguntaba: ¿Hacia donde se dispararán sus sueños? En qué lugar intangible para nosotros estarán. Es así que me propongo hacer esta serie de fotos.

Me motivó el cariño y la gratitud hacia esta persona, él siempre había estado muy involucrado en mis procesos fotográficos y dado lo que sucedió sentía que se lo debía. Con el pasar de los meses el proyecto ha evolucionado y lo he empezado a escenificar pensando en un proceso de pérdida, en el que la sensación primaria transmitida por los elementos en cada imagen es la de la angustia por un desprendimiento forzado.

Por eso todas esas locaciones desoladas, por eso también las posturas del elemento humano, a veces traslúcido, a veces silueteado, a veces entero y algunas otras vistiendo la camisa de mi amigo.

Al final “Los sueños” pueden ser del “Padre”, o al menos mi especulación visual de como podría encontrarse en esos sueños, pero lo cierto es que uno ES en lo que sueña, quiero decir que los elementos presentes en los sueños no son ajenos o terceros que entraron en mi cabeza, son mis versiones, son mis creaciones de ese ser.

Lo mismo sucede en esta serie fotográfica, el “Padre” está presente simbólicamente, pero quien aparece en las imágenes somos los que quedamos acá, sus acciones representan la angustia por la ausencia de ese otro que se fue.

¿De qué manera aportó este amigo que mencionas a tu carrera como fotógrafo?

Julio Hevia fue muchísimo para tantas personas… Verlo y pasar tiempo con él era una mixtura entre sabiduría o alguna frase brillante y algo digno de una carcajada memorable. Aprendí y me forjé intelectualmente en buena parte de lo que él me proveyó, pero también en un sin número de momentos de alegría cotidiana y amical, risas a mansalva y siempre una mano el uno al otro.

Julio abrió muchas de mis exposiciones con algún discurso emotivo. Son muchas cosas; las palabras se me quedan cortas, así que por eso mejor usar estas imágenes.

¿Cómo construyes tus metáforas? ¿Qué papel cumple la contraposición entre el hombre y la naturaleza en ellas?

Fotografío escenas de lo que es para mí un tipo de reacción ante el desapego forzado. Metáforas de esta digestión emocional de algo que nunca nos sienta bien, que es el desprendimiento no deseado de alguien. Ya sea por ruptura o por fallecimiento. Obviamente hay matices distintos en ambas situaciones, pero es esa sensación la que trato de escenificar.

Ante la muerte no hay nada que alegar, es inapelable, lo sabemos, es una sentencia en silencio. Ante relaciones o vínculos amorosos que terminan pues quedan hilos, quedan siempre posibles canales de comunicación, bloqueados (literalmente) a veces u obstruidos, pero ahí están. En el caso de desprendimiento por fallecimiento es interesante que las personas generen sus propios canales, con médiums o incluso “comunicación directa” a través de sucesos caseros paranormales.

No cuestiono la veracidad de estos sucesos, ese es otro tema en el que no quiero entrar, pero me generan fascinación todas estas formas de aferrarnos a lo que no queremos dejar ir. Incluso la fotografía misma es una reacción.

Las imágenes que muestro son una metaforización, poética si se quiere, de una sensación y un estado: Estar obligado a desprenderse de alguien. Que las escenas sean todas en esta naturaleza salvaje y sin vestigios humanos, brinda una suerte de refuerzo estético a las imágenes, pero peligra el caer en la imagen postal si es que no se balancea bien la interacción con más elementos, como el cuerpo presente en distintas formas y sus posturas acongojadas.

A veces me cuestiono porqué abordar un proyecto desde el lugar del dolor, pero honestamente siento que para imágenes placenteras, postales y positivismo barato, hay más opciones que nunca hoy en día.

En estas fotografías hay purga y hay dolor, sí, ¿por qué negarlos? Si todos inevitablemente estamos expuestos a ello. Siento, más que nunca en nuestro entorno, una sensibilidad fingida, promovida por nada más que stories en redes sociales, que no es más que un clamado por atención inmediata.

Es un reto elaborar un proyecto fotográfico en un contexto social donde una imagen que no sea “alegre” es descartada de saque precisamente por no cumplir con ese positivismo refrito. Pero estas metáforas obedecen a una urgencia personal que se hace auténtica desde el momento en que te comprometes a llevarla contigo hasta el final y encuentro ahí y en las personas que puedan conectar con estas imágenes, una satisfacción más duradera y completa.

¿De qué forma todas estas metáforas acaban mezclándose también con tus propias vivencias personales?

De forma transversal. Atraviesa todas mis vivencias personales y salen escupidas a través del lente. Soy yo desnudo, metafórica y literalmente hablando. Tal como se ve en la imagen, estoy abriendo terrenos muy personales de mi propio proceso de pérdida de seres cercanos.

Busco una imagen que le haga justicia a eso que siento, y la comparto y exhibo porque espero también que otros puedan relacionarse con ella. Si la metáfora es funcional, entonces así será.

¿Cómo es que esta muestra se convierte en una experiencia internacional? ¿El que sea así tiene una razón de ser desde el principio?

Toda mi fabricación de imágenes tiene una fuerza motora interna que no es motivada por muestras ni exposiciones. Es la forma en la que yo he decidido estar en el mundo: Produciendo imágenes y vivencias que me impactan, ya sea personales o de terceros, ambas acabarán en una fotografía.

Yo creo que ése es el quiebre que lo hace a uno fotógrafo, el momento en el que todas tus excusas, intereses y filias se vuelven una urgencia de hacerse imágenes. Esa es la razón de ser de la que me preguntas, una excusa tornada razón válida. Lo de las muestras se dio por medio de las galerías con las que trabajo en Lima y Buenos Aires. Espacio La Sala de André Pereyra y P.O.P.A. de Marcelo Bosco.

Coincidieron las ferias ArtLima y ArteBA en abril y expuse algunas de las fotos de esta serie. Los resultados fueron bastante buenos, recibí muchos comentarios bastante motivadores y hubo buena venta también.

La reacción de la gente que veía las imágenes validaba la metáfora. Conectaban y la hacían suya vinculándola con vivencias personales. La fotografía debe de tender esos puentes, hacer que terceros, sin una razón inicial para empatizar con las imágenes que están viendo, logren hacerlo.

¿De qué manera sientes que se plasma toda esa experiencia en “Los Sueños del Padre”?

Tiene un valor energético. Poder exponer imágenes de una serie que está en proceso de producción es, de forma directa, una suerte de validación de todo el trabajo y esfuerzo que conlleva hacerla. Una validación que es innegable pero que debe a su vez ser tomada con pinzas, porque no debe influenciar la dirección en la que el proyecto está orientado.

En las ferias comerciales uno entiende con mayor claridad qué tipo de arte es lo que se encuentra más proclive a ser vendido, qué imágenes se venderían más fácil; eso es de lo que uno se tiene que blindar. Prefiero mantener la idea original y seguir produciendo la serie como si no hubiese pasado por esta experiencia; así no altero los términos iniciales. Más que un “no me vendo” o un purismo heroico, se trata de algo más matemático. Si pierdo la razón motora, la que dio ignición a toda mi motivación a hacer el proyecto, ninguna de mis imágenes va a superar nada más que lo estético; van a limitarse a ser postales y punto.

Me quedaría al final con un proyecto articulado solamente por paisajes bellos y arriesgaría algo vital, que es el golpazo emocional que las acompaña.

Finalmente, ¿qué lugares has explorado haciendo esta serie fotográfica? ¿De toda esta colección, consideras alguna de tus fotos como la más íntima y personal?

Tiendo a verlas como una manada más que como individuos parados al lado del otro. Definitivamente, hay varias que destacan más y otras que no, pero que dentro de una serie tienen una función “articuladora”. Que una sea más íntima o personal, va a depender de como me sentía en el momento en el que estaba haciendo esa imagen en particular.

Se me fue otorgada una oportunidad de hacer una residencia artística en Japón y planeo culminar el proyecto ahí, que es casualmente donde se inició: En la isla Yakushima. He explorado, posteriormente, desiertos en Cieneguilla, Pachacamac y Cañete; el bosque de piedras de Huayllay en Pasco, Chinchero en Cuzco; las dunas al lado del mar de Cabo Polonio en Uruguay y la ciudad inundada de Epecuén en Argentina.

Todos estos lugares fueron proveedores de lo mismo: el silencio, a lo mucho el murmullo del agua o la lluvia, buen acompañante al silencio, la atmósfera ideal para cualquier tema que hable de lo que queda posterior a una ruptura.


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