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Reinventando el folclore peruano… para dummies


No había tenido la oportunidad de estar en una presentación del Elenco Nacional de Folclore hasta el día de ayer. Siendo sincera, tampoco había buscado la oportunidad, pues no me consideraba una gran aficionada a la música y danzas de este tipo (y aquí es cuando revelo un secreto: cuando era chibola me chotearon para el elenco de danza del cole, y desde entonces, perdí el interés). Sabía reconocer su valor cultural y el peso que siempre han tenido como patrimonio, pero nunca habían despertado esa chispita de pasión que sí desataban otras artes en mí. Ayer las cosas cambiaron bastante (por no decir totalmente); me dejé envolver por la alegría del carnaval.

Todo comenzó por un tema de trabajo, a decir verdad. La cosa es que acabé en la entrada del Gran Teatro Nacional preguntando por la bendita función de la cual -posteriormente- debía escribir una valoración/apreciación crítica. La recepción empezó por tumbarse mis primeras paredes mentales, tanto por su originalidad como por su carácter amigable.

La sala, llena de escolares y maestros (pues era una función dirigida a ellos), empezó a reír y aplaudir de alegría ante la aparición de tres divertidos personajes que, con mucha facilidad y buen tino, explicaban de manera sencilla el verdadero significado de la palabra “folclore”, su relación con nuestras tradiciones, con nuestra cultura, historia, y con lo más preciado de nuestras costumbres (incluyendo, por supuesto, los siempre recordados relatos de las abuelas y nuestra insuperable comida). Luego, aparecía en la escena un inmenso y colorido retablo, que abría sus puertas mostrando a la banda de músicos que se encargaría de iniciar el carnaval. Con ellos, y en el foco de la escena, varias parejas de elegantes bailarines, vestidas al estilo clásico de Lima antigua, inician el festejo con una pegajosa polca, mientras las paredes del retablo se convierten en en los clásicos muros de un salón limeño.

Polka Limeña

Risas, alegría, y muchas ganas de ponerse a bailar reinan en el espacio. Posteriormente, se presentan uno a uno los carnavales de Lamas, Cajamarca y, -para cerrar con broche de oro- un eufórico y jubiloso Huaylas. Todavía tengo en la cabeza el torbellino de colores de los diversos y elaborados trajes, el sonido de la música y, sobre todo, del intenso zapateo. Honestamente, creo que, si estás buscando una forma de comprender más a tu país, sentirte más identificado y orgulloso, presenciar este espectáculo es una de las mejores maneras.

Ahora, entrando a la parte crítica -y es que siempre hay cosas que se pueden mejorar-, lo que sí pienso, al margen de lo ya señalado, es que hay ciertos puntos que se deben replantear tomando en cuenta el público al cual está dirigida la presentación. Considero que los personajes que introducen al show están bien planteados, y que la duración elegida es precisa para que los niños no pierdan la atención (cabe anotar que lo observado ayer es sólo un fragmento del show total que realiza normalmente el elenco); sin embargo, hay que tener cuidado con los pequeños puntos de declive que se dan en casi todo tipo de presentación.

Carnaval de Lamas

En este caso, por ejemplo, pude notar que los niños comenzaban a aburrirse en un punto en que los músicos se quedaron solos y no había siquiera un bailarín en el escenario. Comprendo que fue tal vez para darle cierto protagonismo a la banda -y algo de tiempo a los danzantes para cambiar de vestuario-, pero ese momento -aunque llevadero para un adulto, sobre todo por el talento de la banda- para los niños resulta un tanto pesado. Afortunadamente, pasados unos minutos y en el momento preciso -cuando ya se iniciaba el alboroto entre los más pequeños-, aparecieron cuatro personajes con llamativos atuendos cajamarquinos y peculiares sombreros de cucurucho, que empezaron a interactuar con la gente e incluso sacaron a algunos niños a bailar (como dice la frase “salvado por la campana”, y qué tal salvada).

Huaylas

De otro lado, la parte final, con la ronda de preguntas del público hacia los artistas, debe mejorar bastante. ¿Por qué? Porque si bien los danzantes, los músicos y el propio director tienen mucho talento para lo suyo, no los vi bien preparados -en absoluto- para responder las interrogantes del público infantil. Y es que cualquiera no puede ser orador. Pararse frente a todos y hablar, tiene su maña, y más, cuando se trata de personitas inquietas que te salen con preguntas de lo más inesperadas. Hay que saber manejar el lenguaje, además; utilizar las palabras más sencillas y cálidas para captar la atención y la emoción de los más pequeños; y por lo que yo pude notar, estos artistas tenían las respuestas, pero no las sabían expresar. Con excepción de una bailarina que supo explicar muy bien lo que sentía en el escenario, el resto del elenco contestaba con frases rebuscadas, fechas y datos demasiado complejos para la cabeza de un chiquillo de primaria (prueba de ello, es que los niños repetían las mismas preguntas).

Huaylas

Al margen de esto, la iniciativa de realizar este tipo de shows me parece bastante positiva, con los arreglos del caso, podría convertirse en una experiencia mil veces más provechosa. Personalmente, lo que más me gustó fue el Huaylas… así que los dejo para ponerme a chequear unos videítos de Youtube y pegarme un ratito más con el zapateo. ¡Hasta la próxima!

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